domingo, 13 de julio de 2008

Senda hacia la nada (13)

El encuentro con la bella mujer hizo que aparaciesen nuevas ideas en mi mente. Repararía la casa y buscaría algunos muebles imprescindibles, rescatando y restaurando previamente algunos que habían quedado ora esparcidos, ora arrinconados u olvidados. Una extraña, por lo nueva, sensación de actividad había surgido, impulsándome a poner orden y limpieza en el espacio más inmediato, en la convicción de ser éste un primer paso para conseguir restablecer también el orden de mis pensamientos, vacilantes e inseguros en los últimos días.
Lo primero que haría, sería descolgar la pintura de aquellas personas a las que, aún no sé exactamente por qué, ví como mis padres. Aunque la turbación del primer momento había desaparecido, no me gustaba la idea de que, cada vez que pasase de un piso a otro, estarían allí, vigilando impasibles, siguiendo con sus huecas miradas cada paso y cada movimiento.
Mientras apartaba trastos inútiles, seguía recordando el agradable momento con la bella mujer. Sin embargo, sus últimas palabras acerca de su trabajo me mantenían intrigado. Noté cómo al hablar hizo una casi imperceptible mueca, como si hubiera tenido que morderse la lengua antes de mencionar la palabra "fabrica", la cual habría escapado de sus labios en contra de su voluntad.
Tampoco podía olvidar la frialdad y blancura de su piel y lo presuroso de sus pasos al despedirse, justo unos momentos antes que saliese el sol: daba la impresión que quería evitar el contacto con su luz.
Recordé que fuí advertido sobre la existencia de un tipo de tecnología desconocida fuera de los límites de la ciudad, máquinas de enormes fuerza y poder destructivo, principal motivo de mantener su nombre incógnito. También recordaba las escenas grabadas en los pergaminos de la posada: un pequeño pueblo perdido entre montañas, cuyos habitantes no conocían la luz del sol. Fábricas, máquinas, piel blanca y fría...

No hay comentarios: