lunes, 22 de septiembre de 2008

No sé por qué he puesto esto.




lunes, 1 de septiembre de 2008

In memoriam

Soy un colega de chabolo del Abate Faria.
Aquí no queda nadie. Al protagonista se lo han cepillao en el paredón porque lo pescaron en plena fuga. El Abate simplemente se ha gastado del todo, ya por último sólo eran barbas. La ciudad entera ha desaparecido tragada por un enorme agujero negro succionador ( sí, ese mismo, el de la vaquita lumiasca) esta vez depilado. La senda se ha borrado con un escobón gigante de barrer pa dentro ( creo conocer al propietario/ a la propietaria). El templo de cristal está hecho añicos: la pedrada fue muy gorda. Y todo por una mujer que al final ni era tan bella ni nada de nada. NADA.

lunes, 25 de agosto de 2008

¡Qué dura es la paré!

Acabo de encontrar un bloque de piedra que se mueve. Creo que en el otro lado del muro está el abate Faria; él por su lado y yo por el mío estamos desencajando la piedra del muro . Lo que pasa es que en la tarea me he dejado las uñas de las manos y las de los pies... si tuviese, al menos, una cucharilla de café... o un palito de polo.

jueves, 14 de agosto de 2008

Úmometito, umometito...ar favó

Quiyo, un parentezi, que'toy en er talego y los hundunare' zan llevao er papé y er lápi por zi me zuizido, ara mi'mo'toy 'cribiendo coner deo lleno mierda en la paré...¡mí qué royo e'te, cohone! Ara, que cuando zarga daquí...deha que me lo' eshen cara!

lunes, 21 de julio de 2008


Capítulo XVI



Custodiado por los esbirros, aguardaba, más afligido que asustado, la vista con el Justicia Mayor de la ciudad. De camino hacia el edificio del Tribunal, había preguntado varias veces a mis captores por el motivo de mi apresamiento, pero ellos se habían limitado a contestarme con un seco "sigue caminando y no preguntes" al tiempo que me azuzaban, amenazantes, con sus armas. La estancia estaba decorada muy austeramente: un poyo de piedra, donde me encontraba sentado, dos sillas y una vieja mesa, sobre la que mis guardianes echaban suertes lanzando unas piedras talladas y con inscripciones que, a esa distancia, no podía reconocer.
No dejaba de darle vueltas a la horrible idea de sentirme traicionado, herido en mi espíritu. Tampoco podía creer que tan bella criatura hubiese podido tramar tan mezquino plan, o que hubiese entrado a formar parte de él. Pero lo que más inquietud me provocaba era intentar averiguar el por qué, qué interés habría por parte de los gobernates de la ciudad en apresarme o qué falta, delito o acto considerado como transgresión de sus leyes había cometido para verme en semejante situación como en la que me veía en ese momento. Posiblemente mis dudas serían despejadas en breve por el Justicia Mayor quien, como todos los hombres que se auto consideran importantes, me estaba haciendo la espera lo más larga posible, sin duda con el fin de ver surgir en mí el nerviosismo de la impaciencia o de la desesperanza.
Concentrado en las enseñanzas recibidas en el templo, recordaba estas palabras:
"Aquí has recibido el conocimiento necesario para salir al mundo. No obstante, recuerda, para completar definitivamente tu instrucción, deberás detenerte en la ciudad sin nombre".
A continuación vinieron los consejos acerca de la casa y las advertencias contra ladrones y mercaderes. Y después, ahora lo recordaba, leí unos manuscritos antiquísmos que versaban sobre asuntos de la vida cotidiana:

"...Porque los labios de la extraña destilan miel y más untuoso que el aceite es su paladar
pero su desenlace es amargo como el ajenjo, agudo como una espada de dos filos.
Sus hermosos pies descienden a la muerte, en el abismo desembocan sus pasos.
No considera la senda de vida, sus veredas se desvían, no las conoce...
... aleja de ella tu camino y no te acerques a la puerta de su casa..."*

Esto decían, entre otras cosas, las palabras escritas por un sabio rey de la antigüedad remota, rey poderoso y amante de la justicia.
Justicia... la puerta de la cámara se abrió. Era el momento de saber qué había ocurrido o de, al menos, enterarme del por qué de mi apresamiento.


* Proverbio de Salomón.

martes, 15 de julio de 2008


Capítulo XIV



Paciencia: este concepto me fue enseñado en el templo a base de presentar ante mí duras pruebas, las cuales hube de superar con entereza y constancia y, sobre todo, exactamente con eso: paciencia. De todas ellas salí airoso, no sin grandes dificultades y padecimietos que pusieron en peligro el éxito de la instrucción que debía asimilar. Al principio quise abandonar y
también, más tarde, varias veces, pero al ver que los resultados obtenidos a largo plazo eran más beneficiosos que otros producto de la inmediatez, una fuerza resistente y compacta iba creciendo en mi espíritu, iba amortiguando el impulso de otra fuerza, potente pero incontrolada, instintivamente animal y por lo tanto, primaria en su origen (muchas veces me planteo si esta fuerza no es más pura que la domesticada por la inteligencia, aunque, indudablemente, esa misma pureza la hace nerviosa y salvaje, expuesta siempre a convertirse en una explosión de brutalidad o de mero desprecio hacia el resto de los que comparten el terriorio común). Es por esto que conseguí superar tales pruebas, porque puse en equilibrio mis fuerzas primaria y evolutiva, consiguiendo contener mis impulsos y que la paciencia dominase al animal agazapado en algún lugar recóndito de nuestro ser.
Debía hacer algo por volver a encontrarme con la bella mujer... ni siquiera sabía su nombre, ni tampoco dejó señas por las que guiar mis pasos hacia ella. En vano trataba de encontrarla, esquivando las miradas de los habitantes de la ciudad, no sé si ladrones, mercaderes o simples viandantes: todos me perseguían durante unos instantes con sus ojos, señalando al extranjero... o quizás habían notado en mi rostro la expresión del amor, delatando la existencia de algo codiciable en mi corazón. Pasé así varios días, terminando de arreglar la casa y saliendo de vez en cuando, en busca de una casualidad que cada vez veía más improbable.
Sin embargo, todo iba a cambiar una mañana en la que llamó a mi puerta un chiquillo cojuelo, con el pelo enredado en mil anillos, su ropa descuidada y oscura la tez, pero de sincera y honesta mirada. Sin decir nada, me dió una nota y aguardó a que le diese alguna recompensa.
- espera un momento, vuelvo en seguida.
El chico se quedó en el dintel de la puerta, apoyado en su larga muleta, cortando el naranja luminoso de la plaza con su silueta al contraluz.
-Ten; es una piedra preciosa del Templo de Cristal.
Miraba la gema alucinado, tomándola con sumo cuidado y hurgando entre sus cuasi harapos, en busca de algún bolsilllo secreto. Una vez que la consiguió poner a buen recaudo, inclinó la cabeza nerviosamente y salió a toda la velocidad que su dificultad le permitía.
Desdoblé el papel y me dispuse a leerlo, ansioso por saber sobre su contenido:


" Si quieres volver a verme, estaré a la puesta de sol debajo del Arco de la Estrella. Tu amada."




Capítulo XV


Después de un buen rato caminando entre callejas y plazuelas intentando llegar hasta el lugar de encuentro, la ciudad se terminó bruscamente en un gran terraplén: desde la altura se divisaba un profundo valle, todo lleno de grandes y grises edificios, con altísimas y humeantes chimeneas, rodeados de un racimo de casas que se iban acercando, como una hilera de hormigas subiendo cuesta arriba, hasta las murallas de la ciudad, formando un arrabal, embarullado y anárquico, de disonante uniformidad.
Un intenso y extraño olor a podedumbre y a agrio, proveniemte de las emanaciones de las chimeneas, inundaba el aire, y multitud de gente subía y bajaba por algo semejante a un camino, casi todos con algún tipo de cargamento que, bien tranportaban ellos mismos, bien lo hacían ayudados por carretas y animales de tiro. Y casi todos se dirigían hacia una puerta de la ciudad en forma de arco...
Sentí una mano en mi hombro y automáticamente giré la cabeza: no, no era ella. Por un instante creí que... pero aquellos dos esbirros no parecían dispuestos a decirme nada bello. Era la primera vez que veía lo que debía ser un arma; un arma que apuntaba directamente a mi pecho.
Entonces pensé que todo había sido un ardid para llevarme hasta allí, que ella era cómplice de alguna trama oculta que no alcanzaba a comprender. Y había utilizado la peor de las armas: enamorar a un hombre de corazón puro.
Una mezcla de tristeza profunda, desesperación y dolor, inundó mi espíritu, en nada prevenido ante tan destructiva sensación.
Paciencia. Era imposible tenerla; ninguna de las pruebas que tuve que superar durante mi iniciación, había sido tan tremenda como esta...


(continuará)

domingo, 13 de julio de 2008

Senda hacia la nada (13)

El encuentro con la bella mujer hizo que aparaciesen nuevas ideas en mi mente. Repararía la casa y buscaría algunos muebles imprescindibles, rescatando y restaurando previamente algunos que habían quedado ora esparcidos, ora arrinconados u olvidados. Una extraña, por lo nueva, sensación de actividad había surgido, impulsándome a poner orden y limpieza en el espacio más inmediato, en la convicción de ser éste un primer paso para conseguir restablecer también el orden de mis pensamientos, vacilantes e inseguros en los últimos días.
Lo primero que haría, sería descolgar la pintura de aquellas personas a las que, aún no sé exactamente por qué, ví como mis padres. Aunque la turbación del primer momento había desaparecido, no me gustaba la idea de que, cada vez que pasase de un piso a otro, estarían allí, vigilando impasibles, siguiendo con sus huecas miradas cada paso y cada movimiento.
Mientras apartaba trastos inútiles, seguía recordando el agradable momento con la bella mujer. Sin embargo, sus últimas palabras acerca de su trabajo me mantenían intrigado. Noté cómo al hablar hizo una casi imperceptible mueca, como si hubiera tenido que morderse la lengua antes de mencionar la palabra "fabrica", la cual habría escapado de sus labios en contra de su voluntad.
Tampoco podía olvidar la frialdad y blancura de su piel y lo presuroso de sus pasos al despedirse, justo unos momentos antes que saliese el sol: daba la impresión que quería evitar el contacto con su luz.
Recordé que fuí advertido sobre la existencia de un tipo de tecnología desconocida fuera de los límites de la ciudad, máquinas de enormes fuerza y poder destructivo, principal motivo de mantener su nombre incógnito. También recordaba las escenas grabadas en los pergaminos de la posada: un pequeño pueblo perdido entre montañas, cuyos habitantes no conocían la luz del sol. Fábricas, máquinas, piel blanca y fría...