lunes, 22 de septiembre de 2008

No sé por qué he puesto esto.




lunes, 1 de septiembre de 2008

In memoriam

Soy un colega de chabolo del Abate Faria.
Aquí no queda nadie. Al protagonista se lo han cepillao en el paredón porque lo pescaron en plena fuga. El Abate simplemente se ha gastado del todo, ya por último sólo eran barbas. La ciudad entera ha desaparecido tragada por un enorme agujero negro succionador ( sí, ese mismo, el de la vaquita lumiasca) esta vez depilado. La senda se ha borrado con un escobón gigante de barrer pa dentro ( creo conocer al propietario/ a la propietaria). El templo de cristal está hecho añicos: la pedrada fue muy gorda. Y todo por una mujer que al final ni era tan bella ni nada de nada. NADA.

lunes, 25 de agosto de 2008

¡Qué dura es la paré!

Acabo de encontrar un bloque de piedra que se mueve. Creo que en el otro lado del muro está el abate Faria; él por su lado y yo por el mío estamos desencajando la piedra del muro . Lo que pasa es que en la tarea me he dejado las uñas de las manos y las de los pies... si tuviese, al menos, una cucharilla de café... o un palito de polo.

jueves, 14 de agosto de 2008

Úmometito, umometito...ar favó

Quiyo, un parentezi, que'toy en er talego y los hundunare' zan llevao er papé y er lápi por zi me zuizido, ara mi'mo'toy 'cribiendo coner deo lleno mierda en la paré...¡mí qué royo e'te, cohone! Ara, que cuando zarga daquí...deha que me lo' eshen cara!

lunes, 21 de julio de 2008


Capítulo XVI



Custodiado por los esbirros, aguardaba, más afligido que asustado, la vista con el Justicia Mayor de la ciudad. De camino hacia el edificio del Tribunal, había preguntado varias veces a mis captores por el motivo de mi apresamiento, pero ellos se habían limitado a contestarme con un seco "sigue caminando y no preguntes" al tiempo que me azuzaban, amenazantes, con sus armas. La estancia estaba decorada muy austeramente: un poyo de piedra, donde me encontraba sentado, dos sillas y una vieja mesa, sobre la que mis guardianes echaban suertes lanzando unas piedras talladas y con inscripciones que, a esa distancia, no podía reconocer.
No dejaba de darle vueltas a la horrible idea de sentirme traicionado, herido en mi espíritu. Tampoco podía creer que tan bella criatura hubiese podido tramar tan mezquino plan, o que hubiese entrado a formar parte de él. Pero lo que más inquietud me provocaba era intentar averiguar el por qué, qué interés habría por parte de los gobernates de la ciudad en apresarme o qué falta, delito o acto considerado como transgresión de sus leyes había cometido para verme en semejante situación como en la que me veía en ese momento. Posiblemente mis dudas serían despejadas en breve por el Justicia Mayor quien, como todos los hombres que se auto consideran importantes, me estaba haciendo la espera lo más larga posible, sin duda con el fin de ver surgir en mí el nerviosismo de la impaciencia o de la desesperanza.
Concentrado en las enseñanzas recibidas en el templo, recordaba estas palabras:
"Aquí has recibido el conocimiento necesario para salir al mundo. No obstante, recuerda, para completar definitivamente tu instrucción, deberás detenerte en la ciudad sin nombre".
A continuación vinieron los consejos acerca de la casa y las advertencias contra ladrones y mercaderes. Y después, ahora lo recordaba, leí unos manuscritos antiquísmos que versaban sobre asuntos de la vida cotidiana:

"...Porque los labios de la extraña destilan miel y más untuoso que el aceite es su paladar
pero su desenlace es amargo como el ajenjo, agudo como una espada de dos filos.
Sus hermosos pies descienden a la muerte, en el abismo desembocan sus pasos.
No considera la senda de vida, sus veredas se desvían, no las conoce...
... aleja de ella tu camino y no te acerques a la puerta de su casa..."*

Esto decían, entre otras cosas, las palabras escritas por un sabio rey de la antigüedad remota, rey poderoso y amante de la justicia.
Justicia... la puerta de la cámara se abrió. Era el momento de saber qué había ocurrido o de, al menos, enterarme del por qué de mi apresamiento.


* Proverbio de Salomón.

martes, 15 de julio de 2008


Capítulo XIV



Paciencia: este concepto me fue enseñado en el templo a base de presentar ante mí duras pruebas, las cuales hube de superar con entereza y constancia y, sobre todo, exactamente con eso: paciencia. De todas ellas salí airoso, no sin grandes dificultades y padecimietos que pusieron en peligro el éxito de la instrucción que debía asimilar. Al principio quise abandonar y
también, más tarde, varias veces, pero al ver que los resultados obtenidos a largo plazo eran más beneficiosos que otros producto de la inmediatez, una fuerza resistente y compacta iba creciendo en mi espíritu, iba amortiguando el impulso de otra fuerza, potente pero incontrolada, instintivamente animal y por lo tanto, primaria en su origen (muchas veces me planteo si esta fuerza no es más pura que la domesticada por la inteligencia, aunque, indudablemente, esa misma pureza la hace nerviosa y salvaje, expuesta siempre a convertirse en una explosión de brutalidad o de mero desprecio hacia el resto de los que comparten el terriorio común). Es por esto que conseguí superar tales pruebas, porque puse en equilibrio mis fuerzas primaria y evolutiva, consiguiendo contener mis impulsos y que la paciencia dominase al animal agazapado en algún lugar recóndito de nuestro ser.
Debía hacer algo por volver a encontrarme con la bella mujer... ni siquiera sabía su nombre, ni tampoco dejó señas por las que guiar mis pasos hacia ella. En vano trataba de encontrarla, esquivando las miradas de los habitantes de la ciudad, no sé si ladrones, mercaderes o simples viandantes: todos me perseguían durante unos instantes con sus ojos, señalando al extranjero... o quizás habían notado en mi rostro la expresión del amor, delatando la existencia de algo codiciable en mi corazón. Pasé así varios días, terminando de arreglar la casa y saliendo de vez en cuando, en busca de una casualidad que cada vez veía más improbable.
Sin embargo, todo iba a cambiar una mañana en la que llamó a mi puerta un chiquillo cojuelo, con el pelo enredado en mil anillos, su ropa descuidada y oscura la tez, pero de sincera y honesta mirada. Sin decir nada, me dió una nota y aguardó a que le diese alguna recompensa.
- espera un momento, vuelvo en seguida.
El chico se quedó en el dintel de la puerta, apoyado en su larga muleta, cortando el naranja luminoso de la plaza con su silueta al contraluz.
-Ten; es una piedra preciosa del Templo de Cristal.
Miraba la gema alucinado, tomándola con sumo cuidado y hurgando entre sus cuasi harapos, en busca de algún bolsilllo secreto. Una vez que la consiguió poner a buen recaudo, inclinó la cabeza nerviosamente y salió a toda la velocidad que su dificultad le permitía.
Desdoblé el papel y me dispuse a leerlo, ansioso por saber sobre su contenido:


" Si quieres volver a verme, estaré a la puesta de sol debajo del Arco de la Estrella. Tu amada."




Capítulo XV


Después de un buen rato caminando entre callejas y plazuelas intentando llegar hasta el lugar de encuentro, la ciudad se terminó bruscamente en un gran terraplén: desde la altura se divisaba un profundo valle, todo lleno de grandes y grises edificios, con altísimas y humeantes chimeneas, rodeados de un racimo de casas que se iban acercando, como una hilera de hormigas subiendo cuesta arriba, hasta las murallas de la ciudad, formando un arrabal, embarullado y anárquico, de disonante uniformidad.
Un intenso y extraño olor a podedumbre y a agrio, proveniemte de las emanaciones de las chimeneas, inundaba el aire, y multitud de gente subía y bajaba por algo semejante a un camino, casi todos con algún tipo de cargamento que, bien tranportaban ellos mismos, bien lo hacían ayudados por carretas y animales de tiro. Y casi todos se dirigían hacia una puerta de la ciudad en forma de arco...
Sentí una mano en mi hombro y automáticamente giré la cabeza: no, no era ella. Por un instante creí que... pero aquellos dos esbirros no parecían dispuestos a decirme nada bello. Era la primera vez que veía lo que debía ser un arma; un arma que apuntaba directamente a mi pecho.
Entonces pensé que todo había sido un ardid para llevarme hasta allí, que ella era cómplice de alguna trama oculta que no alcanzaba a comprender. Y había utilizado la peor de las armas: enamorar a un hombre de corazón puro.
Una mezcla de tristeza profunda, desesperación y dolor, inundó mi espíritu, en nada prevenido ante tan destructiva sensación.
Paciencia. Era imposible tenerla; ninguna de las pruebas que tuve que superar durante mi iniciación, había sido tan tremenda como esta...


(continuará)

domingo, 13 de julio de 2008

Senda hacia la nada (13)

El encuentro con la bella mujer hizo que aparaciesen nuevas ideas en mi mente. Repararía la casa y buscaría algunos muebles imprescindibles, rescatando y restaurando previamente algunos que habían quedado ora esparcidos, ora arrinconados u olvidados. Una extraña, por lo nueva, sensación de actividad había surgido, impulsándome a poner orden y limpieza en el espacio más inmediato, en la convicción de ser éste un primer paso para conseguir restablecer también el orden de mis pensamientos, vacilantes e inseguros en los últimos días.
Lo primero que haría, sería descolgar la pintura de aquellas personas a las que, aún no sé exactamente por qué, ví como mis padres. Aunque la turbación del primer momento había desaparecido, no me gustaba la idea de que, cada vez que pasase de un piso a otro, estarían allí, vigilando impasibles, siguiendo con sus huecas miradas cada paso y cada movimiento.
Mientras apartaba trastos inútiles, seguía recordando el agradable momento con la bella mujer. Sin embargo, sus últimas palabras acerca de su trabajo me mantenían intrigado. Noté cómo al hablar hizo una casi imperceptible mueca, como si hubiera tenido que morderse la lengua antes de mencionar la palabra "fabrica", la cual habría escapado de sus labios en contra de su voluntad.
Tampoco podía olvidar la frialdad y blancura de su piel y lo presuroso de sus pasos al despedirse, justo unos momentos antes que saliese el sol: daba la impresión que quería evitar el contacto con su luz.
Recordé que fuí advertido sobre la existencia de un tipo de tecnología desconocida fuera de los límites de la ciudad, máquinas de enormes fuerza y poder destructivo, principal motivo de mantener su nombre incógnito. También recordaba las escenas grabadas en los pergaminos de la posada: un pequeño pueblo perdido entre montañas, cuyos habitantes no conocían la luz del sol. Fábricas, máquinas, piel blanca y fría...

domingo, 29 de junio de 2008

Senda hacia la nada (12)

Al ver cómo la oscuridad de la noche penetraba en mi cuerpo, un intenso escalofrío recorrío mi espalda diluyéndose en mi mandíbula, produciéndome un hormigueo en la piel de la cara que hacía que los pelos de mi escasa barba se erizasen como limaduras de metal atraídas por un potente imán. Creí que sólo el viento había sido testigo de la escena; sin embargo, al dirigir la mirada hacia un extremo de la calle, ví que no estaba solo: una bella mujer, sonriendo, me observaba, rectilínea como una diosa mitológica. Quise decir algo, pero ella se anticipó:
- he visto cómo la oscuridad de la noche ha empapado tu ser, pero no temas. Sé cuáles son tus angustias y comprendo tu desconcierto ante este, para los puros como tú, intrincado mundo. Toma mi mano, te acompañaré durante un tramo del camino... si no te importa.
Su largo pelo, negro y brillante, se movía suavemente sobre unos delicados hombros, en un atractivo contraste con su blanca piel, tan blanca, que parecía que nunca había visto el sol. Le tendí mi mano en un acto reflejo, casi sin darme cuenta. Su carne estaba fría, incluso más fría que la mía después de haber sido atravesada por la oscuridad. Por fin pude hablar:
- no sé por qué, tengo la impresión de haberte visto antes en otro lugar, pero no logro acordarme.
- nosotros nos conocemos de un tiempo en que aún no eramos quienes ahora somos.
Se quedó mirándome, sus ojos de un negro intenso y profundo, su sonrisa indescriptiblemente dulce, casi narcótica... la vibración era demasiado fuerte para contenerse.
Nos abrazamos, nos besamos, nos acariciamos. Su olor era fresco y delicado, como el de un jardín al amanecer.
- si te busqué, era porque sabía que existías, aunque jamás confié en poder encontrarte.
- seré tu compañera mientras me aceptes e intentaré cuidarte en la medida de mis posibilidades: no olvides que ya hemos vivido gran parte de nuetras vidas de modo diferente antes de encontrarnos.
- presiento que mi espíritu estará siempre con el tuyo. Quizás lo estuvo siempre, desde un antes intemporal. Me has tendido la mano justo en el preciso momento en que lo necesité.
- ya te dije que nos conocíamos de otra vida, de otro tiempo, de otra dimensión. No podía permitir que la oscuridad invadiese tu alma.
Por un momento vinieron a mi memoria las enseñanzas recibidas en el templo sobre los conceptos de ternura y cariño; quizás, si no me hubiese detenido en la ciudad, nunca los habría experimentado y sólo serían precisamente eso: conceptos. Y también pensé que ahora, casi con toda seguridad, tendríamos que defender nuestros corazones de los asaltos de los ladrones.
Con el horizonte de fondo anunciando la inminente salida del sol, ella volvió a sonreirme y, tras darme lo que presentí sería un último beso, habló:
-tengo que irme, mi puesto en la fábrica me espera y no puedo faltar.
-¿trabajas en una fábrica?
-sí, pero no debo decirte nada más acerca de ello, ni tampoco debes preguntarme nunca. Tengo que dejarte.
Sentí cómo sus pasos se alejaban, al tiempo que las primeras luces del alba dibujaban la silueta de la ciudad, aún desperezándose.

miércoles, 25 de junio de 2008

Senda hacia la nada (11)

Todo se había vuelto confuso e indescifrable. Los recuerdos y las imágenes se agolpaban en mi mente atropellándose unos a otros: las dos mujeres de la escalinata dorada, la anciana, el posadero, el borracho, la escena del pozo, la niña-¿o era acaso un espectro?- mis padres... ¿habían ocurrido realmente?. La duda me angustiaba y me preguntaba si la iniciación recibida en el Templo de Cristal había servido para algo, si en esta dimensión del mundo en la que me encontraba serían útiles las enseñanzas que recibí; tenía la ineludible sensación de haber sido preparado para otra vida muy distinta a esta a la que ahora debía enfrentarme y todos mis esquemas estaban empezando a derrumbarse. Quizás no debí haber entrado nunca en la ciudad innombrable y haber seguido la senda despreocupado; al fin y al cabo el camino tenía que terminar en algún lugar, tenía que llevar a alguna parte donde estaría la llegada definitiva, la última parada. Y si quisiera irme ahora, tendría que dar noticia al gobernador y someterme al juramento por el que mis recuerdos, como una bandada de aves migtratorias, volarían para siempre, olvidando así todo lo referente a la ciudad e impidiendo que al salir diese noticia de su situación o de su nombre secreto. Todo era demasiado inexplicable, demasiado oscuro. Pensé que salir a tomar el aire me ayudaría a centrar mis inextricables pensamientos. Salí por la puerta trasera, no quería cruzarme con nadie. Fue en ese instante cuando la noche me atravesó la carne como si yo fuese transparente.

lunes, 16 de junio de 2008

Senda hacia la nada (10)

Desperté recostado en el rellano de la escalera, la cabeza sobre mi zurrrón usado como improvisada almohada; debí quedarme dormido mirando cómo la vela se apagaba. Desperazándome, comencé a hacer composición de lugar: por la enredada urdiumbre del techo del patio empezaban a colarse algunos rayos del primer sol del amanecer. Sin duda necesitaría algún tiempo para acondicionar la casa y hacerla mínimamente cómoda y habitable pues aunque su estado no era precisamente ruinoso, el desorden y el abandono eran patentes. El cuadro estaba allí frente a mí, ya casi no me acordaba... ahora se distinguían bien los rostros de los personajes, iluminados por el reflejo de la luz diurna. Volví a mirarlos, aún estremecido por lo que ví la noche anterior. Pero las personas allí representadas ¡no eran las mismas! Los rostros de mis padres habían desaparecido y en su lugar estaban dos personas a las que efectivamente no conocía de nada. Entonces pensé que todo había sido un sueño, una mala pasada de mi subsconsciente fatigado por las emociones de jornadas anteriores. Me froté los ojos y volví a encender otro cabo de vela en un vano intento por rememorar la imagen de la noche anterior, pero no conseguí sino confirmar la realidad: aquellas personas no eran mis padres.

Confuso por la duda de no saber dónde terminaba el sueño y dónde empezaba la realidad, me dirigí a la planta superior mientras intentaba recordar las enseñanzas recibidas en el templo: "por muy asombrosas que te resulten algunas cosas y no comprendas el por qué de su existencia o causa, acéptalas y no olvides que los sueños tambien existen realmente".



[Nota: El título original era "Con los pelos de punta"pero por general consenso ,el autor ha decidido cambiarlo; ahora me dirán que " si va hacia la nada ¿para qué lo voy a leer?". El rollo es ponerle pegas a todo: no , si ya os luce el pelo, ya ( menos a unos seres absurdos que yo me sé y que son como las cebollas: sí, como las cebollas).]

lunes, 9 de junio de 2008

Senda hacia la nada (9)

Sorteando seres quiméricos, pude alcanzar el otro lado de la plaza y plantarme ante la puerta de mi recién adquirida casa. La llave que el gobernador sacó del cofrecillo y que serviría a mis propósitos no tenía nada de especial y bien podría ser una llave cualquiera que abriese cualquier puerta.
A pesar de haber pasado mucho tiempo desde la última vez que se abrió, la cerradura giró dócilmente y el portón se abrió con un leve empujón, no sin dejar escapar una protesta de las bisagras, entumecidas por el orín del tiempo.
Ante mí apareció un patio, alrededor del cual se encontraban las diferentes estancias de la vivienda en dos pisos superpuestos. La desde hacía no sé cuánto descuidada vegetación se había enseñoreado del lugar, dándole el aspecto de una pequeña y anárquica jungla artificial donde bunganvillas y enrededaderas habían trepado por doquier hasta formar un entramado a modo de techumbre que dotaba al lugar de una densa umbría, atravesada por algunos menudísimos rayos de luz que hacían que todo el conjunto resultase aún más irreal a la vista.
Esquivando arbustos y apartando ramas, alcancé el hueco de la escalera que conducía al piso superior. Y al llegar al primer rellano encontré un gran cuadro colgado de la pared, polvoriento y con el lienzo algo cuarteado por el envejecimiento, que parecía representar a un matrimonio, quizás a los antiguos dueños, el gobernador y su esposa...
Busqué algo con qué alumbrarme: algunos candelabros tenían aún viejas velas a medio quemar, así que tomé una y la encendí, dirigiendo la luz hacia arriba con la intención de inspeccionar la pìntura. La luz de la vela fue destapando las imágenes a medida que mi mano ascendía en el aire. Entonces ví sus rostros. El hombre era mi padre y a su lado una mujer vestida de negro, igual a la que ví en la escalinata dorada, miraba desafiante al frente, clavando su mirada en la del espectador: era mi madre.

Sentado en el rellano, intentaba recordar el período de mi vida antes de pasar por el templo de cristal. Yo nunca había vivido es esta casa, nunca había estado antes en la ciudad sin nombre. Mientras miraba absorto y pensativo cómo la tenue llama de la vela se extinguía, quise llorar, pero ni siquiera conseguí humedecer mis ojos.

viernes, 6 de junio de 2008

Senda hacia la nada (8)

El jefe de los cambistas y gobernador de la ciudad no salía de su asombro cuando vió ante sí, en mis manos, la piedra ambarina que habría de servirme de moneda para conseguir mis propósitos. En su cara se reflejaba incostetablemente un rictus de sorpresa e incredulidad, una mueca de espanto y admiración como quien ha descubierto el tesoro de su vida. Tomó el mineral en sus manos con suma delicadeza y, sin apartar su vista de él, caminó unos pasos hacia unas puertecillas camufladas por profusos artesonados de repujada madera, sacó una llave de sus ropajes y abriéndolas, depositó con extrema delicadeza lo que debería ser un preciado objeto digno de veneración y admiración. Una vez hecho esto, se volvió hacia mí y dijo con voz queda y solemne:
- la casa es tuya, extranjero. Puedes permanecer el tiempo que quieras en la ciudad, pero he de advertirte que el día que decidas abandonarla deberás notificarlo debidamente, o de lo contrario tan sólo podrás proseguir tu camino perseguido por la maldición que recae sobre los traidores a nuestra ley.
-sea. He aceptado los preceptos y acatado la voluntad de los que rigen sobre vuetras conductas: dadme ahora, pues, las llaves de la que desde hoy ha de ser mi morada.

Fuera, una cabalgata de mounstruos deformes desfilaba al son de trompentas y tambores, ruidosos anunciantes de un triunfo imaginario.

lunes, 26 de mayo de 2008

Senda hacia la nada (7)

Estaba pensando cómo cogería la piedra del fondo del pozo, asomado al brocal, intentando escrutar sus, para mi vista, inalcanzables aguas, cuando la soledad de la plaza al mediodía se vió rota por la niña sonámbula. Apareció por el mismo camino por donde yo la había seguido el día anterior y caminaba recta hacia mí, los ojos desvahídos y su gesto petrificado. Se detuvo ante mí y abrió su mano hasta ese momento cerrada: una piedra ambarina exacta a la que el niño había dejado caer al pozo empezó a destellar bajo la luz vertical de un sol más ocre que nunca. Instintivamente la tomé y la guardé en mi bolsa; coloqué mi mano sobre su cabeza, para acariciarsela en señal de agradecimento. Estaba fría y noté un cosquilleo extraño al tacto ; ella me miraba fijamente sin verme, con unos ojos abiertos y faltos de vida...y al acariciarla, esos ojos dejaron caer una lágrima.

domingo, 25 de mayo de 2008

Senda hacia la nada (6)

El jefe de los cambistas era también el gobernador de la ciudad. Nunca recibía a nadie sin previa cita, sin embargo a mí me estaba esperando sin haberla concertado. Era un hombre gordo, macilento y con aspecto de haberse enriquecido en poco tiempo pues lo lujoso de sus ropajes y la profusa y cargada decoración de la estancia entraban en chocante discordancia con lo poco noble de su porte.
Con un gesto me invitó a sentarme:
-sé que vienes a verme para comprar la casa que se ve ahí enfrente.
-en efecto.
-¿sabes cuál es su precio?
-creo traer lo suficiente en mi bolsa: estas son piedras preciosas del templo de cristal.
-sé que eres el último iniciado que emprendió el camino, pero aquí esas piedras no tienen valor alguno; sólo aceptamos aquellos tesoros que provienen de los corazones puros de los enamorados.
-lo siento, no soy ladrón de dichos tesoros.
-entonces te irás por donde has venido, estoy muy ocupado. Y no vuelvas a menos que consigas la moneda requerida.
Salí pensando que no podría adquirir la casa deseada y que por tanto tendría que abandonar la ciudad antes de tiempo ante la imposibilidad de obtener el tesoro necesario, pues aunque pudiese hacerlo, un iniciado no debe hacer uso de sus conocimientos para despojar a las almas de su esencia. Antes de irme entraría en la hostería para comer un poco y reponer fuerzas para el viaje.
A esa hora las mesas estaban llenas. Los comerciantes, mercaderes, cambistas y ladrones de corazones cerraban su tratos con un almuerzo o ante una jarra de vino. Pude sentarme en una mesa algo apartada del bullicio, afortunadamente vacía.
Fue cuando de nuevo apareció el borracho que encontré en la plaza del pozo:
-no hay sitio libre en ninguna mesa ¿puedo compartir la tuya?
-toma asiento si lo deseas, pero esta vez no compartiré tu vino .
-sólo quiero que sepas algo de lo que ya te advertí la primera vez. La casa que quieres comprar perteneció a un antiguo gobernador de la ciudad. Era un hombre casado, pero quiso el destino que se enamorase locamente de otra mujer y que se hicieran amantes. Cuando su esposa lo descubrió, aguardó a que estuviese dormido, le arrancó el tesoro del corazón y lo ocultó. El hombre enloqueció de tristeza y ahogó a su esposa en un estanque para, acto seguido, suicidarse. Su amante murió a los pocos días de dar a luz a una niña que nació sonámbula. La piedra ambarina que yace en el fondo ignoto del pozo es el tesoro del corazón del gobernador: es el precio de la que fue su casa. Y no cuentes esto a nadie porque aunque yo he visto la escena de la plaza del pozo igual que tú la has visto, los demás no pueden hacerlo y si lo contases nadie te creería o te tomarían por loco.
-he cambiado de opinión: compartiré tu vino, desconocido amigo.

viernes, 23 de mayo de 2008

Senda hacia la nada (5 )

Las calles de la ciudad son de paredes grises y negruzco pavimento. Al doblar una esquina, una niña descalza vestida con velo y vestido vaporosos camina con los ojos abiertos y vidriosos, aunque es sonámbula. Su pelo lacio y su cara lánguida; su carne como de cera. Lleva un ramo amarillento de flores marchitas- como el color de sus vestidos, que antaño debieron ser blancos - y la otra mano la lleva con el puño cerrado, custodiando algo en su interior. Después de seguirla por varias calles, llegamos a una plaza con un gran pozo en el centro y junto al pozo un anciano y un niño, ambos de noble porte y ricas ropas. La niña sonámbula se dirigió hacia ellos, quienes parecían que la estaban aguardando. Se detuvo ante ambos y abrió su mano, mostrándole al niño su contenido: una piedra ambarina y reluciente. El niño cogió la piedra con sumo cuidado y la dejó caer por el brocal del pozo. Acto seguido entregó al anciano el ramo de flores marchitas y éste hizo lo mismo con él, arrojándolo al pozo. Y nadie podía bajar a recojer lo que cayera pues no se conocía el fondo. Tras hacer esto, la niña sacó de entre sus ropas un trozo de pan y lo empezó a desmigar y a esparcirlo por el suelo de la plaza: centenares de lagartijas empezaron a asomar desde cualquier grieta, hueco o rendija y a avanzar, con su característica forma de andar, hacia las migas. En un instante toda la plaza se llenó de lagartijas que a medida que comían el pan, iban quedando fulminadas. Absorto, intentando alcanzar con la vista hasta donde llegaba la verdosa mancha que formaban los centenares de reptiles muertos, no pude ver hacia dónde fueron tanto la niña como el anciano y el chico. Y el viento empezó a deshacer los cuerpecillos de las lagartijas como si fueran polvo, hasta que desaparecieron por completo.
Quedé sólo en medio de la plaza hasta que escuché pasos; era un borracho que se acercaba hacia mí zigzagueante y desaliñado con una jarra de vino en la mano:

-la piedra ambarina que el niño ha tirado dentro del pozo sin fondo es la moneda que habrás de usar para pagar la casa que quieres adquirir.
-¿cómo sabes eso?

-¿sabes acaso tú qué haces aquí? ¿pediste venir a este mundo? ¿tienes acaso idea del destino que nos aguarda? ¿por qué existimos? Al igual que yo, no tienes respuesta para estas y otras preguntas... ¡bebe conmigo y espera a que la muerte nos despoje para siempre de nuestra insufrible carga!

- tu sed no es mi sed... pero beberé, eres la primera persona que me habla desde que salí del templo.

...al final de una calle llena de palacios de cuarzo y azurita -las ricas mansiones de los cambistas y mercaderes- estaba el edificio de la bolsa; su puerta y los alrededores estaban llenos de sangre seca, sin que a los comerciantes de tesoros les importase pisotearla en su trasegar.

martes, 20 de mayo de 2008

Senda hacia la nada ( 4 )

Dejé atrás la posada sin poder hablar con el posadero acerca de los dibujos que me había mostrado la noche anterior. Esta mañana, antes de salir, lo he buscado por todas partes para pagarle la estancia pero desde que anoche me dejó a solas, no ha vuelto a aparecer; tampoco hay rastro de los pergaminos y si no fuese porque en el poyete de la chimenea, junto a la mesa, está el plato con los restos de mi cena y encima de la mesa la cuerdecilla que aguantaba enrrollados los pergaminos, diría que lo he soñado todo... Recuerdo que estuve varias horas examinando los dibujos uno por uno, buscando cualquier detalle que me desvelase algo más sobre su origen o su significado, así que descansé poco. Además, al desaparecer el posadero, tuve que buscar la habitación por mí mismo y descubrí que era yo el único inquilino, pero misteriosamente, en las habitaciones vacías había indicios y objetos que hacían pensar que sus ocupantes las habían abandonado súbitamente, a la carrera, sin darles tiempo a recoger las cosas; que se habían esfumado igual que el posadero lo hizo sin que mediara tiempo para yo poder advertirlo.
Con estas dudas en mi mente regresé a la senda, colina abajo. Un cierto rocío cubría el paisaje grisáceo y mortecino de los alrededores de la posada y al evaporarse con el sol de la mañana, subía por mis tobillos hasta mi espalda produciéndome desagradables escalofríos, lo que mezclado con el desasosiego que me causaba lo ocurrido la noche anterior, me incitaba a aligerar mi marcha para llegar lo antes posible a una ciudad de la que me habían hablado antes de salir del Templo de Cristal. Y el nombre de esta ciudad es innombrable, porque sus habitantes lo mantienen oculto para confundir a los caminantes pues se dice que aquellos poseen los secretos de la ciencia para construir máquinas que hacen el trabajo de 100 hombres y armas que exterminan a los ejércitos con solo dirigirlas hacia ellos sin que la vista sea capaz de apreciar proyectil alguno, y que no desean que estos secretos caigan en manos de extraños porque podrían usarlos para atacarles a ellos mismos y saquear la ciudad.
En el Templo de Cristal me advirtieron que si decidía desviarme hasta allí y como quizás habría de quedarme durante un tiempo imprevisible, adquiriese una casa con dos puertas: una que diese a la plaza donde está el edificio de la bolsa, el lugar en el que los cambistas especulan con los tesoros arrancados del corazón de los enamorados; otra, a la calle desierta por donde sólo el viento y la noche son capaces de pasar sin estremecerse.
También se me advirtió de guardarme de los cobardes, de los ignorantes, de los envidiosos y los mentirosos pero especialmente de aquellos ladrones que trabajan para los cambistas y que se llevan el oro puro y las piedras preciosas de los corazones sensibles para que sus jefes hagan negocio con ellos. Y sobre todo se me recalcó que no perdiese demasiado tiempo discutiendo con los mercaderes y comerciantes acerca de la vida, si es bella o no; si tiene algún sentido o es todo un espejismo, una jugada burlona de los dioses...
...
En el fondo del valle, a orillas del lago de aguas negras y densas se divisaba la ciudad de nombre impronunciable, tenuemente iluminada por la luz de las primeras hogueras del crepúsculo, esperando callada y paciente para devorar a todo aquél que osase atravesar sus umbrales.

lunes, 19 de mayo de 2008

Senda hacia la nada ( 3 )

Sobre la grisácea colina podía divisarse la posada. Era cuestión de minutos que llegase hasta ella, sacudirme el polvo del camino y poder decansar y comer algo para restablecer fuerzas con las que proseguir mi caminar.
El terreno había cambiado en esta zona y el camino había pasado de ser amarillento a tener un color parduzco, grisáceo y blanquecino, monótono y desolador. A ambos lados de la senda se podía apreciar el suelo resquebrajado por la insolación, yermo y vacío, sin indicio alguno de vida. Llamé a la puerta. El posadero abrió y sin hablarme, me hizo una señal para que entrase. Así lo hice; al fondo, colgando encima del fuego de la chimenea, hervía un caldero desprendiendo un apetitoso aroma. Junto al fuego una mesa con todo dispuesto para sentarse a comer. El posadero apartó una silla y me invitó a sentarme con otro ademán, pero sin decir nada; era un hombre de gesto severo y equilibrado que inspiraba respeto pero no miedo. Podría tener cualquier edad y ser de cualquier parte del mundo. Tomé asiento y él apartó el caldero de la lumbre y con un cazo me sirvió un plato de su contenido. Olía muy bien y tenía buen aspecto; al menos estaba caliente. Mientras yo comía, el posadero entró en la estancia contigua y apareció con unos rollos con aspecto de pergaminos o trozos de lienzo. Esperó a que yo terminase y entonces despejó la mesa y comenzó a desenrollar los pergaminos. Cuando los había extendido sobre la mesa los golpeó repetida y rápidamente con la punta de su índice, indicándome que los mirase. Yo cogí el de más arriba y empecé a examinarlo y no había hecho sino bajar la cabeza cuando noté que el posadero se había esfumado. No le dí importancia y seguí examinando los pergaminos.
El primero era el dibujo de algo así como un lago de negras aguas, donde miles de caracoles listados cruzaban la superficie dejando una estela pegajosa y brillante. Un pescador intentaba en vano que alguno mordiese el anzuelo.
El siguiente representaba una gran montaña que proyectaba una gran sombra sobre un pequeño pueblo y sus habitantes no conocían la luz del sol.
El tercero era un retrato mío de cuando más joven, de antes de entrar al templo de cristal. No recuerdo haberme hecho ese retrato nunca y no conozco a quienes aparecen en él a mi lado.
En el último había dos mujeres sentadas en la orilla de un estanque: eran ellas, las mujeres de la escalinata dorada. Y el estanque estaba lleno de una mezcla de sangre y lágrimas donde flotaban muertos, con los ojos abiertos y saltones, cientos de peces plateados.

domingo, 18 de mayo de 2008

Senda hacia la nada ( 2)

Desde el Océano, por poniente, venía un viento húmedo que hacía que el día soleado se volviera desapacible. La senda amarillenta y solitaria parecía no tener fin, perdiéndose en la perspectiva del paisaje, confundiéndose con él. De vez en cuando el sol y las nubes jugaban al escondite produciendo un desagradable y molesto efecto lumínico para los ojos y las cosas vistas a contraluz se volvían borrosas y de dudosas dimensiones, lo que me obligaba a poner mi mano en mi frente, la visera más antigua del mundo.
Al salir de un desnivel del camino, apareció ante mí un edificio grande y macizo, pétreo y no exento de un aire algo decadente y anacrónico, como encerrado en una dimensión anterior del tiempo. Me acerqué sin cambiar el paso cuando las puertas se abrieron y por ellas salió una anciana encorvada y de dificultoso caminar con un jarro grande entre las manos. Instintivamente me dirigí hacia ella para ayudarle a aliviar su carga pero antes de poder decirle nada se detuvo y me tendió el jarro, haciéndome un ademán que imitaba el acto de beber. Lo cogí con cuidado y la miré antes de hacerlo; ella insistió en sus mudas indicaciones, sin hablar, para que bebiese. Así lo hice. Repetí la operación hasta casi acabar el contenido y con una inclinación en gesto de agradecimiento, le devolví el jarro. Lo tomó, lo depositó en el suelo y no dijo nada. Yo me quedé un momento observando el edificio que, visto detrás de la anciana, hacía que ésta pareciese aún más encogida y encorvada de lo que era.
Volví a inclinarme como despedida y comencé a caminar para entrar de nuevo en la senda. Ella se quedó en el mismo sitio, mirando cómo me alejaba. Su silueta se fue haciendo cada vez más difícil de distinguir, tragada por el ya bulto obscuro del edificio.
Pensé que la anciana debía vivir por allí desde hacía mucho y que habría podido decirme algo acerca de las dos mujeres de la escalinata dorada, que quizás las conociera. Pero me dí cuenta que había hecho lo correcto al no preguntarle y aceptar el líquido tonificante y refrescante para poder terminar pronto esta etapa. Ella había salido a mi encuentro precisamente para eso y no para otra cosa.

sábado, 17 de mayo de 2008

Senda hacia la nada (1)

Tras haber completado el ritual para purificar mi espíritu y mi alma, salí del templo de cristal envuelto por el aura de este nuevo estado. Apenas comencé a bajar la escalinata dorada, observé que había dos mujeres sentadas en sus escalones, una a cada lado junto a las barandillas. La de la derecha, vestida de blanco y la de la izquierda, de negro; ambas envueltas en sus ropajes y escondiendo su enigmático rostro tras las telas de sus vestidos. La que vestía de blanco me miró de soslayo y rápidamente desvió su mirada, intentando disimular su curiosidad. La de negro descubrió su rostro y clavó sus ojos en los míos, dejándome por un momento paralizado y turbado a la vez. No sentí miedo, pero sí crispación e inquietud. Seguí bajando al mismo ritmo, sin aparentemente alterarme - en realidad mi ánimo se había conmovido, pero yo acababa de salir del templo de cristal, puro, nuevo, nítido y YO -. Al final de la escalinata dorada estaba el camino que conduce a la verdad. Llegaré, es cuestión de calma y paciencia; sólo entonces podré morir en paz.


( estoy escuchando el disco de " El Patio " de Triana ( 197? ) El lago , etc . . . y esto es lo que se me ocurre : "has de ser como la mañana del día que te conocí ")