lunes, 26 de mayo de 2008

Senda hacia la nada (7)

Estaba pensando cómo cogería la piedra del fondo del pozo, asomado al brocal, intentando escrutar sus, para mi vista, inalcanzables aguas, cuando la soledad de la plaza al mediodía se vió rota por la niña sonámbula. Apareció por el mismo camino por donde yo la había seguido el día anterior y caminaba recta hacia mí, los ojos desvahídos y su gesto petrificado. Se detuvo ante mí y abrió su mano hasta ese momento cerrada: una piedra ambarina exacta a la que el niño había dejado caer al pozo empezó a destellar bajo la luz vertical de un sol más ocre que nunca. Instintivamente la tomé y la guardé en mi bolsa; coloqué mi mano sobre su cabeza, para acariciarsela en señal de agradecimento. Estaba fría y noté un cosquilleo extraño al tacto ; ella me miraba fijamente sin verme, con unos ojos abiertos y faltos de vida...y al acariciarla, esos ojos dejaron caer una lágrima.

domingo, 25 de mayo de 2008

Senda hacia la nada (6)

El jefe de los cambistas era también el gobernador de la ciudad. Nunca recibía a nadie sin previa cita, sin embargo a mí me estaba esperando sin haberla concertado. Era un hombre gordo, macilento y con aspecto de haberse enriquecido en poco tiempo pues lo lujoso de sus ropajes y la profusa y cargada decoración de la estancia entraban en chocante discordancia con lo poco noble de su porte.
Con un gesto me invitó a sentarme:
-sé que vienes a verme para comprar la casa que se ve ahí enfrente.
-en efecto.
-¿sabes cuál es su precio?
-creo traer lo suficiente en mi bolsa: estas son piedras preciosas del templo de cristal.
-sé que eres el último iniciado que emprendió el camino, pero aquí esas piedras no tienen valor alguno; sólo aceptamos aquellos tesoros que provienen de los corazones puros de los enamorados.
-lo siento, no soy ladrón de dichos tesoros.
-entonces te irás por donde has venido, estoy muy ocupado. Y no vuelvas a menos que consigas la moneda requerida.
Salí pensando que no podría adquirir la casa deseada y que por tanto tendría que abandonar la ciudad antes de tiempo ante la imposibilidad de obtener el tesoro necesario, pues aunque pudiese hacerlo, un iniciado no debe hacer uso de sus conocimientos para despojar a las almas de su esencia. Antes de irme entraría en la hostería para comer un poco y reponer fuerzas para el viaje.
A esa hora las mesas estaban llenas. Los comerciantes, mercaderes, cambistas y ladrones de corazones cerraban su tratos con un almuerzo o ante una jarra de vino. Pude sentarme en una mesa algo apartada del bullicio, afortunadamente vacía.
Fue cuando de nuevo apareció el borracho que encontré en la plaza del pozo:
-no hay sitio libre en ninguna mesa ¿puedo compartir la tuya?
-toma asiento si lo deseas, pero esta vez no compartiré tu vino .
-sólo quiero que sepas algo de lo que ya te advertí la primera vez. La casa que quieres comprar perteneció a un antiguo gobernador de la ciudad. Era un hombre casado, pero quiso el destino que se enamorase locamente de otra mujer y que se hicieran amantes. Cuando su esposa lo descubrió, aguardó a que estuviese dormido, le arrancó el tesoro del corazón y lo ocultó. El hombre enloqueció de tristeza y ahogó a su esposa en un estanque para, acto seguido, suicidarse. Su amante murió a los pocos días de dar a luz a una niña que nació sonámbula. La piedra ambarina que yace en el fondo ignoto del pozo es el tesoro del corazón del gobernador: es el precio de la que fue su casa. Y no cuentes esto a nadie porque aunque yo he visto la escena de la plaza del pozo igual que tú la has visto, los demás no pueden hacerlo y si lo contases nadie te creería o te tomarían por loco.
-he cambiado de opinión: compartiré tu vino, desconocido amigo.

viernes, 23 de mayo de 2008

Senda hacia la nada (5 )

Las calles de la ciudad son de paredes grises y negruzco pavimento. Al doblar una esquina, una niña descalza vestida con velo y vestido vaporosos camina con los ojos abiertos y vidriosos, aunque es sonámbula. Su pelo lacio y su cara lánguida; su carne como de cera. Lleva un ramo amarillento de flores marchitas- como el color de sus vestidos, que antaño debieron ser blancos - y la otra mano la lleva con el puño cerrado, custodiando algo en su interior. Después de seguirla por varias calles, llegamos a una plaza con un gran pozo en el centro y junto al pozo un anciano y un niño, ambos de noble porte y ricas ropas. La niña sonámbula se dirigió hacia ellos, quienes parecían que la estaban aguardando. Se detuvo ante ambos y abrió su mano, mostrándole al niño su contenido: una piedra ambarina y reluciente. El niño cogió la piedra con sumo cuidado y la dejó caer por el brocal del pozo. Acto seguido entregó al anciano el ramo de flores marchitas y éste hizo lo mismo con él, arrojándolo al pozo. Y nadie podía bajar a recojer lo que cayera pues no se conocía el fondo. Tras hacer esto, la niña sacó de entre sus ropas un trozo de pan y lo empezó a desmigar y a esparcirlo por el suelo de la plaza: centenares de lagartijas empezaron a asomar desde cualquier grieta, hueco o rendija y a avanzar, con su característica forma de andar, hacia las migas. En un instante toda la plaza se llenó de lagartijas que a medida que comían el pan, iban quedando fulminadas. Absorto, intentando alcanzar con la vista hasta donde llegaba la verdosa mancha que formaban los centenares de reptiles muertos, no pude ver hacia dónde fueron tanto la niña como el anciano y el chico. Y el viento empezó a deshacer los cuerpecillos de las lagartijas como si fueran polvo, hasta que desaparecieron por completo.
Quedé sólo en medio de la plaza hasta que escuché pasos; era un borracho que se acercaba hacia mí zigzagueante y desaliñado con una jarra de vino en la mano:

-la piedra ambarina que el niño ha tirado dentro del pozo sin fondo es la moneda que habrás de usar para pagar la casa que quieres adquirir.
-¿cómo sabes eso?

-¿sabes acaso tú qué haces aquí? ¿pediste venir a este mundo? ¿tienes acaso idea del destino que nos aguarda? ¿por qué existimos? Al igual que yo, no tienes respuesta para estas y otras preguntas... ¡bebe conmigo y espera a que la muerte nos despoje para siempre de nuestra insufrible carga!

- tu sed no es mi sed... pero beberé, eres la primera persona que me habla desde que salí del templo.

...al final de una calle llena de palacios de cuarzo y azurita -las ricas mansiones de los cambistas y mercaderes- estaba el edificio de la bolsa; su puerta y los alrededores estaban llenos de sangre seca, sin que a los comerciantes de tesoros les importase pisotearla en su trasegar.

martes, 20 de mayo de 2008

Senda hacia la nada ( 4 )

Dejé atrás la posada sin poder hablar con el posadero acerca de los dibujos que me había mostrado la noche anterior. Esta mañana, antes de salir, lo he buscado por todas partes para pagarle la estancia pero desde que anoche me dejó a solas, no ha vuelto a aparecer; tampoco hay rastro de los pergaminos y si no fuese porque en el poyete de la chimenea, junto a la mesa, está el plato con los restos de mi cena y encima de la mesa la cuerdecilla que aguantaba enrrollados los pergaminos, diría que lo he soñado todo... Recuerdo que estuve varias horas examinando los dibujos uno por uno, buscando cualquier detalle que me desvelase algo más sobre su origen o su significado, así que descansé poco. Además, al desaparecer el posadero, tuve que buscar la habitación por mí mismo y descubrí que era yo el único inquilino, pero misteriosamente, en las habitaciones vacías había indicios y objetos que hacían pensar que sus ocupantes las habían abandonado súbitamente, a la carrera, sin darles tiempo a recoger las cosas; que se habían esfumado igual que el posadero lo hizo sin que mediara tiempo para yo poder advertirlo.
Con estas dudas en mi mente regresé a la senda, colina abajo. Un cierto rocío cubría el paisaje grisáceo y mortecino de los alrededores de la posada y al evaporarse con el sol de la mañana, subía por mis tobillos hasta mi espalda produciéndome desagradables escalofríos, lo que mezclado con el desasosiego que me causaba lo ocurrido la noche anterior, me incitaba a aligerar mi marcha para llegar lo antes posible a una ciudad de la que me habían hablado antes de salir del Templo de Cristal. Y el nombre de esta ciudad es innombrable, porque sus habitantes lo mantienen oculto para confundir a los caminantes pues se dice que aquellos poseen los secretos de la ciencia para construir máquinas que hacen el trabajo de 100 hombres y armas que exterminan a los ejércitos con solo dirigirlas hacia ellos sin que la vista sea capaz de apreciar proyectil alguno, y que no desean que estos secretos caigan en manos de extraños porque podrían usarlos para atacarles a ellos mismos y saquear la ciudad.
En el Templo de Cristal me advirtieron que si decidía desviarme hasta allí y como quizás habría de quedarme durante un tiempo imprevisible, adquiriese una casa con dos puertas: una que diese a la plaza donde está el edificio de la bolsa, el lugar en el que los cambistas especulan con los tesoros arrancados del corazón de los enamorados; otra, a la calle desierta por donde sólo el viento y la noche son capaces de pasar sin estremecerse.
También se me advirtió de guardarme de los cobardes, de los ignorantes, de los envidiosos y los mentirosos pero especialmente de aquellos ladrones que trabajan para los cambistas y que se llevan el oro puro y las piedras preciosas de los corazones sensibles para que sus jefes hagan negocio con ellos. Y sobre todo se me recalcó que no perdiese demasiado tiempo discutiendo con los mercaderes y comerciantes acerca de la vida, si es bella o no; si tiene algún sentido o es todo un espejismo, una jugada burlona de los dioses...
...
En el fondo del valle, a orillas del lago de aguas negras y densas se divisaba la ciudad de nombre impronunciable, tenuemente iluminada por la luz de las primeras hogueras del crepúsculo, esperando callada y paciente para devorar a todo aquél que osase atravesar sus umbrales.

lunes, 19 de mayo de 2008

Senda hacia la nada ( 3 )

Sobre la grisácea colina podía divisarse la posada. Era cuestión de minutos que llegase hasta ella, sacudirme el polvo del camino y poder decansar y comer algo para restablecer fuerzas con las que proseguir mi caminar.
El terreno había cambiado en esta zona y el camino había pasado de ser amarillento a tener un color parduzco, grisáceo y blanquecino, monótono y desolador. A ambos lados de la senda se podía apreciar el suelo resquebrajado por la insolación, yermo y vacío, sin indicio alguno de vida. Llamé a la puerta. El posadero abrió y sin hablarme, me hizo una señal para que entrase. Así lo hice; al fondo, colgando encima del fuego de la chimenea, hervía un caldero desprendiendo un apetitoso aroma. Junto al fuego una mesa con todo dispuesto para sentarse a comer. El posadero apartó una silla y me invitó a sentarme con otro ademán, pero sin decir nada; era un hombre de gesto severo y equilibrado que inspiraba respeto pero no miedo. Podría tener cualquier edad y ser de cualquier parte del mundo. Tomé asiento y él apartó el caldero de la lumbre y con un cazo me sirvió un plato de su contenido. Olía muy bien y tenía buen aspecto; al menos estaba caliente. Mientras yo comía, el posadero entró en la estancia contigua y apareció con unos rollos con aspecto de pergaminos o trozos de lienzo. Esperó a que yo terminase y entonces despejó la mesa y comenzó a desenrollar los pergaminos. Cuando los había extendido sobre la mesa los golpeó repetida y rápidamente con la punta de su índice, indicándome que los mirase. Yo cogí el de más arriba y empecé a examinarlo y no había hecho sino bajar la cabeza cuando noté que el posadero se había esfumado. No le dí importancia y seguí examinando los pergaminos.
El primero era el dibujo de algo así como un lago de negras aguas, donde miles de caracoles listados cruzaban la superficie dejando una estela pegajosa y brillante. Un pescador intentaba en vano que alguno mordiese el anzuelo.
El siguiente representaba una gran montaña que proyectaba una gran sombra sobre un pequeño pueblo y sus habitantes no conocían la luz del sol.
El tercero era un retrato mío de cuando más joven, de antes de entrar al templo de cristal. No recuerdo haberme hecho ese retrato nunca y no conozco a quienes aparecen en él a mi lado.
En el último había dos mujeres sentadas en la orilla de un estanque: eran ellas, las mujeres de la escalinata dorada. Y el estanque estaba lleno de una mezcla de sangre y lágrimas donde flotaban muertos, con los ojos abiertos y saltones, cientos de peces plateados.

domingo, 18 de mayo de 2008

Senda hacia la nada ( 2)

Desde el Océano, por poniente, venía un viento húmedo que hacía que el día soleado se volviera desapacible. La senda amarillenta y solitaria parecía no tener fin, perdiéndose en la perspectiva del paisaje, confundiéndose con él. De vez en cuando el sol y las nubes jugaban al escondite produciendo un desagradable y molesto efecto lumínico para los ojos y las cosas vistas a contraluz se volvían borrosas y de dudosas dimensiones, lo que me obligaba a poner mi mano en mi frente, la visera más antigua del mundo.
Al salir de un desnivel del camino, apareció ante mí un edificio grande y macizo, pétreo y no exento de un aire algo decadente y anacrónico, como encerrado en una dimensión anterior del tiempo. Me acerqué sin cambiar el paso cuando las puertas se abrieron y por ellas salió una anciana encorvada y de dificultoso caminar con un jarro grande entre las manos. Instintivamente me dirigí hacia ella para ayudarle a aliviar su carga pero antes de poder decirle nada se detuvo y me tendió el jarro, haciéndome un ademán que imitaba el acto de beber. Lo cogí con cuidado y la miré antes de hacerlo; ella insistió en sus mudas indicaciones, sin hablar, para que bebiese. Así lo hice. Repetí la operación hasta casi acabar el contenido y con una inclinación en gesto de agradecimiento, le devolví el jarro. Lo tomó, lo depositó en el suelo y no dijo nada. Yo me quedé un momento observando el edificio que, visto detrás de la anciana, hacía que ésta pareciese aún más encogida y encorvada de lo que era.
Volví a inclinarme como despedida y comencé a caminar para entrar de nuevo en la senda. Ella se quedó en el mismo sitio, mirando cómo me alejaba. Su silueta se fue haciendo cada vez más difícil de distinguir, tragada por el ya bulto obscuro del edificio.
Pensé que la anciana debía vivir por allí desde hacía mucho y que habría podido decirme algo acerca de las dos mujeres de la escalinata dorada, que quizás las conociera. Pero me dí cuenta que había hecho lo correcto al no preguntarle y aceptar el líquido tonificante y refrescante para poder terminar pronto esta etapa. Ella había salido a mi encuentro precisamente para eso y no para otra cosa.

sábado, 17 de mayo de 2008

Senda hacia la nada (1)

Tras haber completado el ritual para purificar mi espíritu y mi alma, salí del templo de cristal envuelto por el aura de este nuevo estado. Apenas comencé a bajar la escalinata dorada, observé que había dos mujeres sentadas en sus escalones, una a cada lado junto a las barandillas. La de la derecha, vestida de blanco y la de la izquierda, de negro; ambas envueltas en sus ropajes y escondiendo su enigmático rostro tras las telas de sus vestidos. La que vestía de blanco me miró de soslayo y rápidamente desvió su mirada, intentando disimular su curiosidad. La de negro descubrió su rostro y clavó sus ojos en los míos, dejándome por un momento paralizado y turbado a la vez. No sentí miedo, pero sí crispación e inquietud. Seguí bajando al mismo ritmo, sin aparentemente alterarme - en realidad mi ánimo se había conmovido, pero yo acababa de salir del templo de cristal, puro, nuevo, nítido y YO -. Al final de la escalinata dorada estaba el camino que conduce a la verdad. Llegaré, es cuestión de calma y paciencia; sólo entonces podré morir en paz.


( estoy escuchando el disco de " El Patio " de Triana ( 197? ) El lago , etc . . . y esto es lo que se me ocurre : "has de ser como la mañana del día que te conocí ")